miércoles, 11 de junio de 2014

La Catedral de Santiago

La construcción de la gran Catedral de Santiago de Compostela debió comenzar alrededor del año 1075, promovida por el obispo Diego Peláez y dirigida por el Maestro Esteban.

El rey leonés Alfonso VI y especialmente el primer arzobispo de la ciudad, Diego Gelmírez, impulsaron de tal manera la Catedral, la vida urbana y las peregrinaciones, que puede hablarse del siglo XII como el de mayor esplendor de la historia compostelana. Esta vez no se conformaron con un santuario que albergase las reliquias, sino que diseñaron una gran catedral de peregrinación siguiendo el estilo que se extendía por el Camino de Santiago. Por ella desfilarían los mejores constructores del Románico hasta llegar al Maestro Mateo, autor de los últimos tramos de las naves, las torres defensivas del oeste, la cripta y, sobre todo, del Pórtico de la Gloria, un conjunto escultórico sin igual en Europa que aun hoy preside la entrada oeste.
Cuando fue consagrada en el año 1211, la Catedral ya gozaba del privilegio de la absolución plenaria, otorgado en 1181 por el Papa Alejandro III a todo el que visitase el templo en un Año Santo Jubilar. También concedía a los fieles un valioso documento que acreditaba haber recorrido el Camino de Santiago y aseguraba el derecho de asilo en la ciudad. Convertida en meta de salvación de la Cristiandad, la catedral evolucionó con tal vitalidad que fue capaz de impulsar la construcción de calzadas, hospitales, albergues, mercados y burgos enteros a cientos de kilómetros de distancia, en las rutas que transitaban los peregrinos para alcanzarla.

Tras dos mil años de historia como centro espiritual, y casi mil de su actual edificio, la Catedral se muestra hoy como un conjunto heterogéneo de espacios y elementos estéticos que dejan ‘leer’ en la piedra la extraordinaria historia compostelana. Y es que en su larga existencia el templo ha sido escenario de toda clase de episodios sacros y mundanos, que van desde la coronación de los reyes de Galicia en la Edad Media hasta el acuartelamiento de los soldados franceses durante la Guerra de Independencia, pasando por siglos de concordias y discordias, exaltaciones y linchamientos, conspiraciones políticas y esplendor religioso, ataques incendiarios y costosas campañas de embellecimiento, pompa y beneficencia, donaciones y expolios, cobros de prebendas y patrocinios, solemnes ofrendas y, sobre todo, incesantes peregrinaciones hacia la tumba del Apóstol.


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